lunes, 30 de abril de 2012

Domingo

Cierro la prensa pronto. Todo son malas noticias. El País viene fatal y de El Mundo hoy no se salva ni la Carta del director de Pedro J. A las once, con tres horitas por delante y mucha lluvia fuera, me pongo con la novela, con el perro tumbado en mi chais longe, mirandome con cara de pocos amigos; hoy su paseo fue más corto. Saco lo ya escrito, los esquemas, los apuntes y comienzo a escribir una escena que, según mi calendario de escritura, tenía que haber finalizado ya. Sigo con la costumbre de escribir antes a bolígrafo o pluma y luego pasarlo a ordenador. Luego corrijo encima una vez que lo imprimo, de nuevo con boli o pluma. Se situa en pleno mayo del año pasado. Comisaría Centro de Málaga. El desdaliñado comisario José Valcárcel sufre un bloqueo mental y físico; no sabe qué hacer ni por dónde continuar investigando; jamás, en su vida laboral en el departamento de Homicidios, ha tenido tanto trabajo sin terminar. Son ya cinco cadáveres los que contempla, en fotografías hechas por su amigo Millán, el forense, encima de su sucia mesa, atestada de latas vacías de Coca Cola y ceniceros llenos de colillas de Ducados rubio. Me surgen dudas acerca del complejo organigrama de la Policía. Llamaré al amigo Valeriano. Tiene un buen amigo, comisario jubilado, con el que puedo entrevistarme para que me aclare ciertas dudas. Estoy de enhorabuena.

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