lunes, 30 de abril de 2012
Domingo
Cierro la prensa pronto. Todo son malas noticias. El País viene fatal y de El Mundo hoy no se salva ni la Carta del director de Pedro J.
A las once, con tres horitas por delante y mucha lluvia fuera, me pongo con la novela, con el perro tumbado en mi chais longe, mirandome con cara de pocos amigos; hoy su paseo fue más corto.
Saco lo ya escrito, los esquemas, los apuntes y comienzo a escribir una escena que, según mi calendario de escritura, tenía que haber finalizado ya. Sigo con la costumbre de escribir antes a bolígrafo o pluma y luego pasarlo a ordenador. Luego corrijo encima una vez que lo imprimo, de nuevo con boli o pluma.
Se situa en pleno mayo del año pasado. Comisaría Centro de Málaga. El desdaliñado comisario José Valcárcel sufre un bloqueo mental y físico; no sabe qué hacer ni por dónde continuar investigando; jamás, en su vida laboral en el departamento de Homicidios, ha tenido tanto trabajo sin terminar. Son ya cinco cadáveres los que contempla, en fotografías hechas por su amigo Millán, el forense, encima de su sucia mesa, atestada de latas vacías de Coca Cola y ceniceros llenos de colillas de Ducados rubio.
Me surgen dudas acerca del complejo organigrama de la Policía. Llamaré al amigo Valeriano. Tiene un buen amigo, comisario jubilado, con el que puedo entrevistarme para que me aclare ciertas dudas. Estoy de enhorabuena.
sábado, 28 de abril de 2012
Céline y 'Los de dentro'
El otro día pensaba en cual fue el detonante de que empezase a escribir. Lo cierto es que me hizo mucha ilusión encontrarme un texto, dentro de una vieja carpeta, que debí escribir con diez o doce años. Eran dos folios amarillentos, con muchas faltas de ortografía y a máquina de escribir- imagino que una Olivetti que rondaba por la casa y que mi padre ya no utilizaba desde hacía años- pero que, leídos veinte años más tarde, no me sonrojaron del todo.
Pero creo estar seguro de que fue la lectura de Viaje al fin de la noche, de L.f. Céline, hará unos dos o tres años, lo que me hizo empezar a darle a la tecla. No porque el libro me apasionase, que lo hizo, sino porque el goce que me produjo la novela me hizo investigar quienes eran en realidad los escritores, y me llevé una grata sorpresa. Supe que Céline, además de un cabronazo filonazi, era médico, un médico más o menos normal que escribía a ratos libres maravillas como aquella novela autobiográfica. Y luego supe de muchos más que no nacieron con la pluma en la mano: Pérez-Reverte, Conrad, Carpentier, Conan Doyle y un infinito etcétera, casualmente los que más me entusiasmaban con su narrativa, en la que se entreveían muchas experiencias personales. Luego no había que ser un profesional de la escritura desde la infancia (caso, por ejemplo de dos grandes como Marías y Vargas LLosa) para escribir novelas. Y eso me entusiasmó.
Hoy, otro de los que considero uno de los grandes, escribe sobre algo parecido, diferenciando entre los que están dentro de ese mundo literario aparentemente blindado, y los que aún seguimos fuera en nuestras profesiones. Esperando con ilusión entrar en él, con la venia de quien sea.
Artículo Babelia: http://cultura.elpais.com/cultura/2012/04/25/actualidad/1335351937_603831.html
viernes, 27 de abril de 2012
Inicios
No tenía ganas de empezar otra novela tan seguida, más aún sin saber si la primera va a editarse o no en breve. Por lo que, para seguir practicando y aprendiendo, decidí escribir un relato con una idea que me rondaba la cabeza desde hacía mucho tiempo, con una narrativa distinta a la clásica tercera persona. Comencé a escribir una noche de guardia, ya tarde, y vi, para mi sorpresa, que había posibilidades de extenderla y de que fuese de un tamaño parecido, quizás algo menor, que la primera. Creo que hay posibilidades de hacer algo interesante. Y en ello ando. Llevo cuarenta folios. No está mal.
jueves, 26 de abril de 2012
Presentación
Después de casi dos años de duro trabajo terminé mi primera novela, El trapero del tiempo.No voy a hablar aquí mucho de eso, porque realmente, tras la última corrección que hice con ayuda de mi hermano y el escritor Justo Navarro, solo tenía ganas de deshacerme del texto, mandarlo a las editoriales y empezar a escribir otro. Se trata de otro asunto, un nuevo proyecto.
No soy un experto en Literatura, ni sé muy bien por dónde van las novedades editoriales. Solo soy un lector voraz, que rara vez toca en sus lecturas el siglo XXI y que pretende, con una mezcla de lo leído y lo vivído, contar cosas.
No me interesan demasiado los asuntos de la crítica ni los debates sobre narrativa, ni sé cual es el futuro de la novela; no me importa mucho, la verdad. Es más, de hecho no sé todavía si esto, las 500 páginas que he escrito, lo he hecho bien y le interesa a alguien. En ello estoy. Esperando. De lo que sí estoy seguro es de que yo concibo una novela como un trabajo lento, meticuloso y harto complejo, al que hay que echarle horas y horas, tras haber leído mucho, si uno quiere contar decentemente una historia. Para que cuadren los personajes, las tramas y los lugares; y, si es posible, que las situaciones sean creíbles, entretenidas y con un mínimo interés. Para ello, para la segunda de las novelas que he empezado hace un par de meses, llevo ya unos cuantos libros leídos como documentación básica: uno de ellos adquirido hace poco en la Cuesta de Moyano de Madrid, una tercera edición de lujo de 1854, sobre el que no quiero adelantar más. Hay también en mi mesa organigramas policiales con sus múltiples brigadas, una biografía sobre Rafael Sanzio y, a ratos, cuando puedo, hojeo un manual sobre el Renacimiento y algunos asesinatos que ocurrieron bajo un importante papado. Aún así,el grueso de la novela transcurre en Málaga, en la actualidad, y pivota sobre tres personajes principales: el profesor de Historia Ignacio Herreros, el sacerdote Sebastián Santamaría y la atractiva inspectora de homicidios Ana Zuloaga.
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